En los últimos 15 años, Latinoamérica ha experimentado un desarrollo económico y social que ha provocado que 70 millones de personas salgan de una situación de pobreza, incorporándose a una clase media emergente y pujante. Uno de los factores que ha contribuido a ese éxito económico y social de la región ha sido el crecimiento y consolidación de los sistemas educativos, en especial el de la educación superior, ya que ha formado profesionales que contribuyen al crecimiento y a la productividad de los países, y suponen un elemento integrador para construir ciudadanía y resolver la insequridad y las brechas sociales.
Durante ese periodo de tiempo el acceso a la universidad se expandió aceleradamente en Latinoamérica registrando un crecimiento del 40%, lo que permitió la expansión de la formación universitaria y el acceso de estratos sociales que nunca antes tuvieron oportunidad de recibir este tipo de formación. Este crecimiento se ha producido en gran medida por el incremento de la presencia de instituciones privadas que han ampliado la oferta en educación superior y han democratizado su acceso. En 2012 había en la región 20 millones de estudiantes universitarios, y las previsión es que esta cifra se duplique en 2025.
Es indudable que el desarrollo de los países de la región está asentado en tres pilares básicos: el desarrollo económico, la lucha contra la pobreza y la desigualdad social y la modernización de la educación superior. El Banco Mundial, en su estudio ‘Perspectivas de la Economía Global 2014’, estima que la previsión del 3,3% de crecimiento promedio de la región en los próximos años no será suficiente para cumplir con la meta de erradicar la pobreza extrema y reducir las desigualdades sociales en el 2030. En este contexto, el sistema educativo universitario actual, ya sea público o privado, vive un momento vital de transformación y puede volver a jugar un papel clave en el desarrollo económico y social de los países latinoamericanos, siempre que enfrente de forma decidida el desafío de la calidad formativa, la innovación y la colaboración público-privada. De su situación y, sobre todo, de su futuro se ha hablado intensamente durante las sesiones del 2º Congreso Universidad y Cooperación y la 6º Reunión de Redes y Consejos de Rectores de América Latina y el Caribe, que se celebró en Bogotá la semana pasada.
Vivimos un nuevo paradigma, la sociedad del conocimiento en un mundo globalizado que hace que la universidad se transforme hacia una institución educativa internacional, democratizada, que ofrecerá igualdad de oportunidades a las personas. El sector de la educación superior es clave en la generación y transmisión de conocimiento a los profesionales del futuro. En este punto, la calidad de la oferta docente y los procesos de aprendizaje se han convertido en el reto de la universidad latinoamericana del futuro.
Para ello, las universidades necesitan transformar su modelo educativo y centrarlo en el estudiante, en su aprendizaje basado en un nuevo modelo académico adaptado a la nueva realidad. Es decir, una integración de múltiples ambientes de aprendizaje y programas formativos presenciales y virtuales que puedan dar la más amplia gama de experiencias científicas, tecnológicas y humanísticas en las que la innovación constituya el eje de una nueva cultura académica de alto nivel. Hay que transformar también los contenidos y procesos de calidad y enfocando al estudiante para que aprenda conocimientos que el mercado demanda y adquiera capacidades y habilidades laborales. El estudiante de hoy ya tiene la oportunidad de implicarse activamente y desarrollar su aprendizaje en colaboración con sus compañeros (Aprendizaje colaborativo). Además de que se hace posible su formación por competencias con una orientación a resultados, a la búsqueda, selección y manejo de la información.
Para ello se requieren potenciar nuevas competencias para los profesores de la Latinomérica con formación continua e instaurar programas formativos continuos conforme a sistemas de evaluación y acreditación para fortalecer la creciente calidad de los sistemas nacionales de educación superior y su reconocimiento por sus comunidades internas pero también internacionales.
Por otro lado, hay que destacar el papel revolucionario de la tecnología en el desarrollo de los planes formativos que combinan la educación presencial y virtual. Su protagonismo en el sector de la educación superior se concibe como digital y disruptivo. El acceso a la universidad se democratiza porque el uso de la tecnología permite tener un modelo que incorpora la educación virtual, centrado en la flexibilidad, la autonomía del aprendizaje y la participación entre estudiantes, docentes y los centros universitarios.
Como bien reflexiona SITEAL (Sistema de Información de Tendencias Educativas en América Latina), el acceso a la educación es un derecho, no un privilegio, asumido por cada uno de los estados nacionales. Son ellos quienes deben garantizar la universalización de una oferta educativa. Por ello, cada vez cobra más importancia la colaboración publico-privada para el desarrollo de las sociedades. Es necesario que los países tengan sistemas, normas y regulaciones que posibiliten una mayor cooperación horizontal entre instituciones públicas y sectores privados, siempre mirando al objetivo de formar profesionales con liderazgo para el refuerzo de los sectores económicos y empresariales. No se discute si hay que ser publico o privado, sino que hay que ofrecer calidad. La equidad existente en educación superior ente publico y privado se superara en la medida que se considere como un todo el sistema, sin diferenciaciones.
La educación superior va a cambiar en la próxima década, y las universidades que no cambien difícilmente van a poder ser sostenibles. Por ello, la universidad del futuro será aquella que apueste claramente por el cambio, sitúe la calidad y al estudiante como prioridad en sus estrategias e incorpore las tecnologías de manera eficiente en los procesos de gestión, planes de estudio y desarrollo de la docencia e investigación. Esta universidad se abrirá al mundo y logrará ser internacional sin olvidar sus conexiones locales. Participará en redes académicas, redes sociales y empresariales, y tendrá programas internacionales donde se fomentará el intercambio de estudiantes y docentes y donde se cooperará en espacios de conocimiento entre científicos y académicos a nivel mundial creando una “inteligencia colectiva” que dotará de mayor sabiduría a los profesionales que finalicen sus estudios.